Una
madre le grita a su pequeño hijo. El niño llora desconsoladamente porque no
quiere hacer lo que su madre le obliga. La madre insiste una y otra vez. Con
voz firme y la intensión en la palma de la mano, ordena a su hijo que se trepe
a un árbol. El niño expresa claramente sus deseos, quiere estar en su casa
jugando con la computadora. La madre insiste, pero esta vez negociando, sólo
podrá jugar con la computadora si antes se trepa a ese árbol.
Algo
especial debe haber allí arriba.
El
niño grita una y otra vez, no tiene pensado subir a ningún lado. La madre, en
un acto desesperado, decide aplicarle la condena más terrible. Con voz firme y
amenazante dice:
“Hasta que no tengas aventuras de verdad,
no vas a poder tener aventuras de mentira”.
Cada uno debe subirse a su propio árbol.
No al del otro. Tampoco al que otros dicen.
Sí al propio.
Descubrirlo es la parte difícil.
Luego...
De la rama más gruesa colgar una hamaca.
Balancearse lo más alto posible,
disfrutar de la brisa que genera el movimiento.
Es lo más parecido a ser libres que vamos a sentir.
(Brunitus)
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