Era
muy pequeño cuando me preguntaron qué me gustaría ser de grande. Mis
compañeritos respondieron: heladero para comerse todos los helados, famosa para
salir en la tele, superhéroe para salvar al mundo, portero para baldear las
veredas, bailarina, jugador de futbol, inventor, presidente y carpintero.
Cuando llegó mi turno respondí que quería ser artista de circo para cruzar
fronteras.
Pasé
toda mi infancia practicando con mucho esfuerzo y dedicación. Siempre pensé que
la mejor manera de cruzar fronteras era salir disparado de un cañón. Me
fabriqué un casco y le dibujé una estrella, con las sábanas hice una capa y con
la ropa interior de mi madre diseñé un traje colorido para pasar volando por
arriba de todos los controles y poder viajar de un lugar a otro. Coloqué el
cañón frente a la frontera y prendí la mecha. El lanzamiento fue perfecto, mi
capa flameaba y yo comenzaba a recorrer el mundo. Pero los guardias de
seguridad me dispararon y conocí la muerte antes que mi destino.
Decidí
entonces, perfeccionarme como trapecista y poder volar de un trapecio a otro.
Mi malla blanca se confundiría con las nubes y mis movimientos suaves con el
volar de los pájaros. Me balanceé todo lo que pude y dando giros en el aire
cerré los ojos para aterrizar en un horizonte desconocido. Nuevamente las armas
de los vigilantes me detuvieron. Los pájaros tampoco tienen permitido cruzar
fronteras. Por segunda vez morí sin conocer más que donde había nacido.
Comencé
a entrenar acrobacias hasta lograr los mejores saltos que nunca antes se habían
imaginado. Tomé carrera y con mis piruetas me dirigí hacia la frontera. Mis
trucos eran tan veloces e increíbles que ningún arma pudo detenerme. Pero me
estrellé con un gigantesco muro de cemento y perdí el conocimiento. Desperté en
un cuarto minúsculo que no me permitía dar ni un pequeño salto y morí de
quietud.
Mi
cuerpo estaba cansado de tanto entrenar pero los fracasos me habían enseñado a
reírme de mi mismo. Me vestí de colores, unos zapatos grandes, una peluca y
mucho maquillaje. Así me acerqué a la frontera. Con humor e ingenio realicé una
gran rutina de payaso que hubiese hecho feliz a todas las familias del mundo.
Pero nadie rió. Me pidieron papeles y documentos a lo que yo respondí con
tortas en la cara y flores que tiran agua. Me volvieron a encerrar y esta vez
morí de soledad.
Ya de viejo, mi cuerpo estaba lleno de dolores y hacer reír me generaba
alergia. Intenté ser heladero, famoso, superhéroe y portero. Pero eran sueños
prestados.
Mi
último intento fue transformarme en un gran mago. Practiqué día y noche.
Sonaron los redobles, de mi bolsillo saqué un gran pañuelo rojo y mostré que la
galera estaba vacía. Desaparecí y aparecí al otro lado. Lo había logrado.
Avancé lo más rápido que pude y sin mirar atrás me entregué a descubrir ese
mundo nuevo. Pero me sentí solo, ya había muerto una vez de soledad y no quería
volver a pasar por eso.
Recordé
el día que me preguntaron qué me gustaría ser de grande y me acerqué a la
frontera. En el momento que los guardias de seguridad apuntaron todas sus armas
hacia mí, nuevamente sonaron los redobles. Debajo del pañuelo rojo ya no había
nada y la galera estaba vacía. Fue mi mejor truco. La frontera había
desaparecido.
Empezaron a caer hombres y mujeres lanzados por sus cañones, trapecistas
disfrazados de nubes, acróbatas dando saltos asombrosos y payasos usando de
escudo una gran nariz roja. Detrás de ellos: heladeros, famosos, héroes,
porteros.
Detrás
del circo venía su público.
De
niño quería ser artista de circo para cruzar fronteras.
De
grande quiero ser artista de circo para que los demás crucen fronteras.
(Brunitus)
Me encanto! Felicitaciones por el.hermoso blog!
ResponderEliminar¡Sí señor!.
ResponderEliminarExelente cuento tengo el libro cuando viniste a Mar del Plata a un festival Hazmerreír Felicitaciones
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